Una mañana de sábado. Sensación de vacío. Pocos deseos de salir. Tomar el transporte público. El metro falla. Retrasarse. "Desalojen el vagón", piden. Tomar otra ruta. Percibir a lo lejos una cara conocida. Saludar. Intercambiar unas cuantas palabras. Despedirse. Transbordar a otra línea. Quedarse dormido en el vagón. Llegar a Ciudad Universitaria. Facultad de Ingeniería. Entrar al auditorio. Clase de teatro soporífera. Sensación de vacío dentro del auditorio. Tarde soleada de sábado. Sentir frío por dentro. Un par de llamadas. Regresar a casa. Transporte lento, lleno a reventar. Sentir entre el tumulto esa sensación de vacío que regresa. Llegar a casa. Abrir la puerta. Saberse solo. Subir a la habitación. Recostarse. Cerrar los ojos. Encontrar tras de los párpados la misma sensación de vacío. Quedarse dormido. Despertar un par de horas después. Una llamada. Una invitación a salir. Silencios. ¿Cómo explicar esta abulia? Disculparse por estar indispuesto. Noche de sábado. Silencio en la casa. El sentimiento de vacío está presente en cada rincón. Tomar té. Optar por irse a dormir. Una llamada más. Escuchar su voz desde el lugar en que se divierte. Despedirse. Desear cercanía. Volver a dormir. Despertar y encontrarse con que la sensación de vacío sigue ahí.