sábado, 22 de diciembre de 2012

El dolor que más duele


Machucarse el dedo en una puerta duele. Golpearse la quijada en el suelo duele. Torcerse un tobillo duele. Una bofetada, un puñetazo, un puntapié, duelen. Duele pegarse en la cabeza con la esquina de la mesa. Duele morderse la lengua. Duelen los cólicos, la caries y las piedras en el riñón. Pero lo que más duele es la nostalgia.

Nostalgia de un hermano que vive lejos. Nostalgia de una cascada de infancia. Nostalgia del sabor de una fruta que no se encuentra más. Nostalgia del padre que ya murió. Nostalgia de un amigo imaginario que nunca existió. Nostalgia de una ciudad. Nostalgia de nosotros mismos cuando había más audacia y menos canas. Duelen todas esas nostalgias, pero la más dolorosa es la nostalgia de quien se ama.

Nostalgia de la piel, del aroma, de los besos. Nostalgia de la presencia y hasta de la ausencia acordada. Podías estar en la sala y él en el cuarto, sin verse, pero se sabían ahí. Podías ir al aeropuerto y él al dentista, pero se sabían en un lugar. Podías estar todo el día sin verlo y él sin verte, pero se sabían al día siguiente. Pero cuando el amor de uno acaba, al otro le sobra una nostalgia que nadie sabe cómo detener.

Nostalgia es no saber. No saber más si él continua resfriandose en invierno. No saber si ella continua aclarándose el cabello. No saber si él aún usa la camisa que le regalaste. No saber si ella fue a la consulta con el dermatólogo como prometió. No saber si él ha comido pollo de la panadería, si ella ha asistido a sus clases de inglés, si él aprendió a entrar en la Internet, si ella aprendió a estacionarse entre dos autos, si él continua fumando Carlton, si ella continua prefiriendo Pepsi, si él continua sonriendo, si ella continua bailando, si él continua pescando, si ella continua amándolo.

Nostalgia es no saber. No saber qué hacer con los días que se hicieron más largos. No saber cómo encontrar tareas que distraigan. No saber cómo frenar las lágrimas ante una canción. No saber cómo vencer el dolor de un silencio que nada llena.

Nostalgia es no querer saber. No querer saber si él está con otra, si ella está feliz, si él está más delgado, si ella está más bella. Nostalgia es nunca más querer saber de quien se ama, y aún así, doler.

Martha Medeiros, periodista y poeta brasileña.
Traducción: Resih Omar Hernández Beristáin.
 

viernes, 2 de noviembre de 2012

Antes de que crezcan

Hay un periodo en que los padres se van quedando huérfanos de sus propios hijos. Y es que los niños crecen. Independientes de nosotros, como árboles indiscretos y aves parlanchinas. Crecen sin pedir permiso. Crecen como la inflación, independiente del gobierno y de la voluntad popular, entre el estupro de los precios, los disparos de los discursos y el asalto de las estaciones. Crecen con una estridencia alegre y, a veces, con alardeada arrogancia. Pero no crecen todos los días de igual manera. Crecen de repente. Un día se sientan cerca de ti en la terraza y dicen una frase con tal madurez, que sientes que no puedes ya cambiar los pañales de esa criatura.

¿Dónde estuvo creciendo ese pequeño ser que no te diste cuenta? ¿Dónde quedó aquel olor a leche sobre la piel? ¿Dónde quedó la palita para jugar en la arena? ¿Las fiestas de cumpleaños con payasos, amiguitos y el primer uniforme de la guardería?

El niño está creciendo en un ritual de obediencia orgánica y desobediencia civil. Y ahora tú estás ahí, en la puerta de la discoteca, esperando que no sólo crezca, sino que aparezca. Ahí están muchos padres al volante, esperando que salgan radiantes, sonriendo, con cabellos largos y sueltos. Entre hamburguesas y refrescos en las esquinas, ahí están nuestros hijos con el uniforme de su generación: incómodas mochilas de moda en los hombros desnudos o bien con el suéter amarrado en la cintura. El suéter es nuevo y pensamos que va a estropearlo, pero no tiene caso: es el emblema de la generación. Y ahí estamos, con el cabello ya encanecido. Esos son los hijos que conseguimos criar a pesar de los ventarrones, de las cosechas, de las noticias y de la dictadura de las horas que parecían interminables. Y ellos crecen un poco amaestrados, observando muchos de nuestros errores.

Hay un periodo en que los padres se van quedando un poco más huérfanos de sus propios hijos. No los recogeremos más en las puertas de las discotecas y las fiestas, cuando salen entre canciones y lenguajes juveniles. Pasó el tiempo del ballet, del inglés, de la natación y el judo. Dejaron el asiento trasero y pasaron al volante de sus propias vidas. 

Debimos haber ido por la noche a su cama para escuchar su alma respirando pláticas y confidencias entre las sábanas de infancia y los adolescentes cobertores de aquella habitación llena calcomanías, pósters, agendas coloridas y discos ensordecedores.

Crecieron sin que agotáramos en ellos todo nuestro afecto. En un principio subían a la montaña o iban a la casa de playa entre equipaje, galletas, embotellamientos, navidades, pascuas, piscinas y amigos. Sí, había peleas dentro del auto, peleas por ganar la ventanilla, peticiones de helados y sándwiches, canciones infantiles. Después llegó la edad en que viajar con los padres comenzó a ser un esfuerzo, un sufrimiento, pues era imposible abandonar a los amigos y los primeros noviazgos.

Los padres quedaron entonces exiliados de los hijos. Tienen la privacidad que siempre desearon, pero de repente mueren de nostalgia de aquellas verdaderas "pestes”. Llega un momento en que sólo nos queda mirar de lejos, resignados y rezando mucho para que acierten en sus elecciones en busca de la felicidad, y que la conquisten del modo más completo posible. Lo único que queda es esperar. En cualquier momento pueden darnos nietos. Con el nieto llega la hora del cariño ocioso y almacenado que no se dio a los propios hijos, y que no puede morir con nosotros. Es por eso que los abuelos son tan desmedidos y distribuyen tan incontrolables afectos. 

Esperar, esperar. Nos vamos haciendo expertos en ello. Miramos la puerta de nuestra casa y recordamos cuando llegaban de la escuela, fatigados, con el uniforme sucio y siempre hambrientos. Y hoy ellos entran cargando la llave del auto, trayendo consigo todo lo que pasaron en la semana y que ahora van a compartir con sus padres. Sí, llegamos a la conclusión de que ya no hay modo de mantener a aquel niño en el regazo. Tenerlo en nuestros brazos como si fuese parte de nuestro cuerpo, hoy es solamente un sueño. Sus alas ya están muy crecidas y sus ganas de volar son todavía mayores. 

Por eso, es siempre necesario hacer alguna cosa más, antes de que crezcan.

Affonso Romano de Sant' anna, escritor brasileño.
Traducción: Resih Omar Hernández Beristáin.


N. del T: El texto ha sido atribuido erróneamente a Gabriel García Márquez. No existe una sola versión de este texto; el autor brasileño lo ha reescrito y publicado varias veces. Por esta razón, se decidió partir de dos fuentes para llegar al texto que aquí se presenta. La mayor parte de él se basa en una versión que circula en YouTube:

http://www.youtube.com/watch?v=jZwl5bLT62A

La versión complementaria fue tomada de la siguiente página:

http://pensador.uol.com.br/frase/MzYyMTIy/ 

lunes, 2 de julio de 2012

Carnet de identidad en el siglo XX: dos poetas palestinos contemporáneos


 
Mestizos, somos árabes también. 
Alguien que llegó a España hace diez siglos nos circula, 
conoce las estrellas, es caravana en el desierto.
Sarracenos con alfanjes y rodelas cabalgan todavía 
las llanuras hacia mezquitas asombrosas, 
anegando espacios y aposentos con una lengua de medias lunas.

Fernando Rendón


Resulta que estos últimos días he estado recordando un par de escritos pertenecientes a dos poetas palestinos: Samih Al Qassim (1939) y Mahmoud Darwish (1941-2008) y quise compartirlos.

Y es que la dignidad que emana de esos escritos de alguna manera remite a la situación tan crítica que hemos experimentado los mexicanos en los últimos días, jornadas en que privó una descarada irregularidad en los comicios y aún se intenta imponer en la presidencia a un personaje nocivo para el país y nada grato para las mayorías. Así, los ánimos están exaltados. Y esta exaltación viene dada por una sensación de despojo e impotencia; pues se ha pisoteado nuestro derecho a elegir; se nos ha arrebatado la posibilidad de decidir sobre aquello que consideramos lo mejor para nuestro presente y para nuestro futuro.  

Respecto a los poemas de esta ocasión, hace falta mirar un poco hacia atrás para conocer su contexto y así captar mejor la contundencia de estos poetas árabes. En primer lugar, hay que tomar en consideración que desde poco antes de 1948, año en que se fundó Israel -tras desembarazarse de la tutela británica-, inmigrantes judíos provenientes de todas partes del mundo llegaron a Palestina, ocupada desde la segunda década del siglo XX por los británicos. En un principio, para los habitantes palestinos esto no significó amenaza alguna y se les abrió las puertas. Sin embargo, repentinamente el número de inmigrantes aumentó. La presencia británica favoreció la creación de agrupaciones de apoyo a inmigrantes judíos, organizaciones que con el tiempo se convertirían en aparatos del estado israelí. Poco a poco los palestinos comenzaron a ser despojados de sus tierras, vulgar latrocinio perpetrado por los recién llegados. Fue en estas circunstancias que surgieron grupos armados (calificados de terroristas en occidente) que buscaban recuperar el territorio robado a los palestinos. 

He aquí un mapa muy ilustrativo de cómo Israel (en gris) fue apropiándose de las tierras palestinas:


Es de aquellos tiempos que nos habla Samih Al Qassim, quien a pesar de haber nacido en 1939, considera que su año de nacimiento fue 1948, año de gran impacto en su vida, pues corresponde -recordemos- a la implantación de ese injerto occidental en tierras palestinas: el estado de Israel.

EN EL SIGLO VEINTE

Aprendí a no odiar
durante siglos,
pero me obligaron
a blandir una flecha permanente
ante el rostro de una serpiente.
A blandir una espada de fuego
ante el rostro del Baal demente
a transformarme en el Elías del siglo veinte.

Aprendí
durante siglos
a no proferir herejías.
Hoy azoto a los dioses
que estaban en mi corazón,
los dioses que vendieron a mi pueblo
en el siglo veinte.

Aprendí
durante siglos
a no cerrar la puerta ante los huéspedes.
Pero un día
abrí los ojos
y he visto mis cosechas robadas
ahorcada la compañera de mi vida
y sobre las espaldas de mi hijo
surcos de heridas.
Entonces reconocí la traición de mis huéspedes
sembré mi umbral con minas y cuchillos
y juré en nombre de las cicatrices
que ningún huésped franquearía mi umbral
en el siglo veinte.

Durante siglos
no fui más que poeta
asiduo concurrente de los círculos místicos.
¡Pero me he transformado
en un volcán en rebelión
en el siglo veinte!

Por otro lado, los palestinos expulsados buscaron refugio en varios países vecinos (como Jordania y Líbano). Otros permanecieron en Cisjordania (pequeñas áreas al oriente del mapa) y a otros se les confinó en la Franja de Gaza (al suroeste del mapa), convertida hoy en día en el campo de concentración más grande del mundo -qué ironía. 

Pero aquellos palestinos que permanecieron en los territorios anexionados por Israel, conforman hoy en día una quinta parte de la población y se emplean en trabajos marcados por la precariedad. De éstos nos habla justamente Mahmoud Darwish:


CARNET DE IDENTIDAD 

Registra
que soy árabe,
y el número de mi carnet es el cincuenta mil;
que tengo ya ocho hijos,
y llegará el noveno al final del verano.
¿Te enfadarás por ello?

Registra
que soy árabe,
y con mis camaradas de infortunio
trabajo en la cantera.
Para mis ocho hijos
arranco, de las rocas,
el mendrugo de pan,
el vestido y los libros.
No mendigo limosnas a tu puerta,
ni me rebajo
ante tus escalones.
¿Te enfadarás por ello?

Registra
que soy árabe.
Soy nombre sin apodo.
Espera, paciente, en un país
en el que todo lo que hay
existe airadamente.
Mis raíces,
se hundieron antes del nacimiento
de los tiempos,
antes de la apertura de las eras,
del ciprés y el olivo,
antes de la primicia de la yerba.
Mi padre...
de la familia del arado,
no de nobles señores.
Mi abuelo era un labriego,
sin títulos ni nombres,
que me enseñó la dignidad del sol
antes que a leer el alfabeto.
Mi casa es una choza campesina
de cañas y maderas,
¿te complace?
Soy nombre sin apodo.

Registra
que soy árabe,
que tengo el pelo negro
y los ojos castaños;
que, para más detalles,
me cubro la cabeza con un velo;
que son mis palmas duras como la roca
y pinchan al tocarlas.
Y me gusta el aceite y el tomillo.
Mi dirección
vivo
en una aldea perdida, abandonada,
sin nombres en sus calles.
Y cuyos hombres todos
están en las canteras o en el campo...
¿Te enfadarás por ello?

Registra
que soy árabe;
que robaste las viñas de mi abuelo
y una tierra que araba
yo, con todos mis hijos.
Que sólo nos dejaste
estas rocas...
¿No va a quitármelas tu gobierno también,
como se dice?
Registra, pues...

Registra
en el comienzo de la primera página
que no aborrezco a nadie,
ni a nadie robo nada.
Mas, que si tengo hambre,
devoraré la carne de quien a mí me robe.
¡Cuidado, pues!
¡Cuidado con mi hambre,
y con mi ira!
Soy árabe.

Así las cosas, la situación de los palestinos en la Franja de Gaza continua igual. Y es de esperar que esto ya resulte irrelevante a la comunidad internacional y prefiera ocupar su atención en otros asuntos. Por otro lado, me sigue asombrando la avidez con que públicos numerosos asisten a aquellas películas en que se sigue mostrando al judío vejado por los antiguos egipcios o por las hordas hitlerianas. Y es obvio que, si se toma en consideración que las grandes compañías cinematográficas estadounidenses se encuentran en manos de judíos, adivinaremos de qué lado se inclina la balanza. 

Sí, es frustrante observar que así van las realidades de este mundo. Unas se invisibilizan y otras se sobredimensionan según sea el caso. Y en México no hay lugar en que no se haya vivido nada de lo que aquí ya se ha hablado. Por esta razón, pienso que el contenido de este post, no puede sernos tan ajeno.

Más información sobre poetas árabes contemporáneos:
Fuente del mapa:

viernes, 13 de abril de 2012

Dos pequeños cuentos árabes


Es que últimamente andamos algo arabófilos...


Un fuerte empresario de la antigüedad tenía una gran caravana de camellos con la cual transportaba mercancías de un país a otro. Su único hijo no era ambicioso, sino más bien indiferente al entusiasmo de su padre quien pretendía que el hijo fuese continuador de su actividad comercial.

En una de esas travesías el hijo observó cómo un león cazaba a una gacela y la comía parcialmente. También observó que una vez que se retiró el felino, se acercaron los zorros y comieron cómodamente lo que quedaba.

Este chico sabía de las preocupaciones de su padre, de los problemas que él debía enfrentar y solucionar diariamente. Pensó en el episodio del león, del riesgo, del esfuerzo y también analizó la simpleza y comodidad del zorro que, sin ningún esfuerzo, se pudo alimentar sin arriesgar nada.

Cuando regresaron del viaje, el muchacho comentó lo sucedido con su padre, agregando que con todo el dinero que tenían se podría vivir sin problemas, ni sobresaltos, más allá de las preocupaciones y peligros, y terminó poniendo como un ejemplo la actuación del zorro, a lo que el padre le respondió: "Es necesario ser un león y que los zorros coman tus sobras, y no ser zorro y comer la sobra de los leones."

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Un joven llegó a un oasis, bebió agua, se aseó e inquirió a un anciano que se encontraba descansando:

-¿Qué clase de personas hay aquí?
-¿Qué clase de gente había en el lugar de donde tú vienes?, preguntó el viejo.
-Oh, un grupo de egoístas y malvados. Estoy encantado de haberme ido de allí.
-Lo mismo habrás de encontrar aquí,
respondió el anciano.

Ese mismo día, otro joven se acercó a beber agua al oasis, y viendo al anciano, preguntó:

-¿Qué clase de personas viven en este lugar?

El viejo respondió con la misma pregunta:

-¿Qué clase de personas viven en el lugar de donde tú vienes?
-Un magnífico grupo de personas, honestas, amigables, hospitalarias, me duele mucho haberlos dejado.
-Lo mismo encontrarás aquí, concluyó el anciano.

Un hombre que había escuchado ambas conversaciones le preguntó al viejo:

-¿Cómo es posible dar la misma respuesta a dos situaciones tan diferentes?

A lo cuál el viejo contestó:

-Cada uno lleva en su corazón el entorno donde vive. Aquel que no encontró nada bueno en los lugares donde estuvo, no encontrará otra cosa aquí. Quien encontró amigos allá, aquí también podrá encontrarlos.

Fuentes:

http://www.laregiondigital.com.mx/web/deportes/49-desde-la-redaccion/17026-qes-necesario-ser-un-leon-y-que-coman-los-zorros-tus-sobras

http://www.enbuenasmanos.com/articulos/muestra.asp?art=491

Imagen:
http://www.taringa.net/posts/imagenes/6966565/Proverbios-_rabes.html