martes, 5 de agosto de 2008

Eleilui.


-Umar es, entre sus hermanos, el de mayor edad y el de menor estatura.

-Umar es un hijo desobediente (pero no malagradecido).

-Umar está entusiasmado con la elaboración de su tesis.


-Umar es tío de una chiquita llamada Valeria (cuyo nombre él mismo sugirió).


-Umar se siente todopoderoso después de tomar un café de la Cooperativa Smaliyel de su querida Facultad de Filosofía y Letras.

-Umar gusta de caminar sin rumbo por las calles del Centro.

-Umar huye de la realidad, pero -obviamente- siempre es alcanzado por ella.


-Umar admira a mujeres como Julieta Fierro y fácilmente se enamora de ellas.

-Umar es, no pocas veces, un tipo visceral.

-Umar se reconcilia con el mundo después de una sesión ligera de ejercicio.

-Umar nota que en sus rasgos hay un aire de licantropía.

-Umar aún no se preocupa por las incipientes canas en su cabello.


-Umar sonríe si lo tachan de "matado".

-Umar desconfía de cierto tipo de personas y de sus halagos (prefiere ser salvado con críticas constructivas que ser arruinado con elogios).

-Umar se está riendo ante la posibilidad de encontrar comentarios como: "Umar dice puras pendejadas".

-Umar no se interesa por el futbol (si no es para jugarlo).

-Umar se divierte con las entradas de su Diccionario de similitudes engañosas entre el italiano y el español.

-Umar admite que el aprendizaje del italiano es
tan absorbente como una novia con serios trastornos de la personalidad, y tan parecido a una partida de Tetris.

-Umar se angustia por no saber algún idioma asiático y por tener poco tiempo para dedicarle a los que, hasta cierto punto, ya conoce.

-Umar tiene cierta debilidad por el chocolate.

-Umar quiere aprender a tocar el ritmo chileno de cueca y el toque flamenco por soleá (del cual se derivan la alegría y la bulería).

-Umar accede a escuchar "pasito duranguense" y bandas sinaloenses (cuando necesita provocarse el vómito).

-Umar ya no puede ocultar su odio hacia los sujetos que se suben al Metro a vender, con estridentes altavoces, discos compactos.

-Umar con frecuencia se decepciona de su país al grado de querer abandonarlo dirigiendo sus pasos hacia el sur del continente.

-Umar nunca se interesará en los libros de Dan Brown.

-Umar quiere darse un tiempo para leer a los griegos y a más autores del "Boom latinoamericano".


-Umar se siente atraído por el Islam, aunque no cree en la vida después de la muerte.

-Umar, después de seguir el imperativo Carpe Diem, se mira al espejo y nota que le ha quedado en la cara, una sonrisa de sandía.

-Umar está feliz (aunque sigue sosteniendo que la felicidad es un concepto de cartón).

-Umar concluye su post diciendo: "Buenas noches", pues ya se va a dormir.

miércoles, 25 de junio de 2008

Una tarde de sábado.

Miras el reloj. Concluyes que por el momento basta con estas tres horas de lectura. Preparas la partida. Cierras tu grueso engargolado de pastas color azul y lo guardas en tu morral de cuero. Te levantas. Estiras las piernas. A unas cuantas mesas distingues a aquella estudiante de Letras Hispánicas: clara, dueña de una irresistible belleza, poseedora potencial de un séquito de varones suplicantes dispuestos a hacer todo por ella. De tu suspiro emana su nombre: Natalia. Vuelves en ti. Recuerdas que debes llegar al teatro antes de las siete. Cuelgas el morral en tu hombro izquierdo y empiezas a andar. Sales de la Biblioteca Central. Miras a tu alrededor como diciendo: 'Hasta la próxima semana'.

Esperas el transporte. Te impacientas. Caminas de un lado a otro. Vuelves al punto donde iniciaste tus pasos y preguntas a la primera persona que ves: '¿Llevas mucho esperando?'. Te responde que aproximadamente cinco minutos. Das las gracias. Miras la hora y te impacientas más. Le preguntas si tiene certeza de que aún hay transporte. Admite que tampoco está segura, que le han dicho que sí, que aún hay. Escuchas a lo lejos un motor a diesel. Giras la cabeza en esa dirección y te alegras de que sí llegarás al teatro.

Subes al camión. Eliges un lugar al lado de la ventana. Un par de lugares más adelante se sienta aquella a quien le hacías preguntas. Hasta ahora no la habías mirado bien. Es menuda, de rostro sereno. El cabello recogido le da un aire de recato. Recuerdas su voz. Su timbre te hace pensar en las mujeres recién salidas de la adolescencia, cosa que te hace suponer que cursa los primeros semestres de su carrera. Llegas al metro Universidad. Terminas el devaneo. Bajas del transporte y te apresuras a tomar otro que te lleve a la zona de teatros.

Vuelves a elegir un lugar junto a la ventana. A través de ella observas a la muchacha del rostro sereno que está por subir al camión en que vas tú. La ves sentarse casi en el mismo lugar que tomó en el anterior. El transporte sale del paradero. Miras el reloj. Notas que faltan pocos minutos para las siete. El camión avanza a vuelta de rueda. La impaciencia regresa. Pasa el tiempo. Por fin estás cerca del área de teatros. Desciendes del transporte. Caminas a paso veloz para llegar a tiempo a la función. Te encuentras con que el lugar se ha llenado ya. Te frustra no ver la obra que has estado esperando a lo largo la semana.

Decides ir a las salas cinematográficas. Miras la cartelera. De las dos películas que se exhiben, ya has visto una. Optas por entrar a ver la otra, aunque te parece poco atractiva. Esperas unos minutos antes de comprar el boleto. Das la media vuelta y la encuentras nuevamente ahí: cabello recogido y rostro sereno. Ahora es ella quien hace preguntas a varias personas y registra sus respuestas. Supones que realiza alguna encuesta. Te alejas de la taquilla para ir a sentarte a las escaleras que tienes a unos pasos. Desde ahí la observas realizar su actividad. Miras su semblante, su sonrisa, su mirada que se ilumina. Te das cuenta de que empiezas a sentirte atraído por ella. Pasan los minutos. Te levantas. Te diriges a la sala cinematográfica a preguntar sobre qué trata la película que has elegido. Obtienes una respuesta que te hace perder el interés. Te pasa por la cabeza invitarla a ver la película que has visto ya: "Párpados azules", pensamiento que irónicamente te hace encarnar a uno de los personajes de ese filme. Miras a tu alrededor. No la ves por ningún lado. 'Esta ave ha volado', piensas. Decides irte.

Diriges tus pasos hacia la parada del transporte. Mientras esperas percibes la tranquilidad del lugar. Te sientes a gusto. Desearías un lugar así para vivir lo que te reste de vida. Empiezas a experimentar cierta angustia al pensar en el futuro. Tu estado de ánimo se normaliza: a unos metros distingues a aquella que has encontrado ya varias veces esta tarde, esa a quien quisiste invitar a ver la película. Se acerca. Está a unos pasos de ti. La miras. Te mira. De tu boca sale la pregunta: '¿De nuevo por aquí?'. Te sorprendes de la familiaridad con que te responde. Entablan entonces una conversación mientras ambos esperan el transporte.

Preguntas cómo se llama. El nombre que pronuncia con su voz lozana se vuelve, inesperadamente, una caricia para tus oídos. Deseas saber más. Te habla de lo que estudia, de lo que buscaba con su encuesta. Te enteras, para sorpresa tuya, de que ha dejado atrás los primordios de su carrera y que empieza a elaborar su tesis. Pregunta acerca de ti. Respondes. Ambos encaminan la plática hacia sus respectivas carreras, hacia el lugar que éstas ocupan dentro de la facultad en que, curiosamente, ambos estudian. Te deleita el modo en que elabora sus respuestas. Sus ideas son claras y las manifiesta sin caer en anfibologías. Con apenas veinte años su conversación es tan madura como la de los conversadores más eximios que has conocido. Te sientes contento por encontrarte, en tiempo y espacio, con alguien así. Sonríes para ti mismo mientras ambos suben al transporte que acaba de llegar.

La plática continúa, fluye naturalmente. Tú solamente preguntas y guardas silencio: prefieres escucharla. Cuando expresas tu punto de vista es para confirmar sus ideas o para complementarlas. Lo haces sin imposturas, con pleno convencimiento de lo que dices. Ambos sonríen. Tú por dentro no cabes de gusto: las sonrisas no son un mal comienzo de amistad y están lejos de ser un mal final.

El transporte hace su arribo al paradero. Ambos se dirigen al metro. Entran a la estación y esperan la llegada del convoy no tarda en aparecer. Las puertas se abren ante ustedes. Eligen un lugar para continuar con su conversación que no pierde vivacidad. Inquieres más sobre las respuestas que obtuvo durante su encuesta. Después de hacer un breve recuento de ellas, observa que los encuestados en algún momento evidenciaron la necesidad de asistir al cine para encontrar en la pantalla a ese "otro yo" que poco a poco iban sepultando bajo el polvo de la vida cotidiana. Los dos vuelven a sonreír. El tiempo no se percibe. Se hace un silencio. Te avisa que está por llegar a la estación donde hará un transborde. Le agradeces su compañía y la agradable plática. Buscas un pretexto para volver a verla. Dejan pendiente el reencuentro. Ambos expresan el gusto de haberse conocido. El ritual de la despedida concluye. La ves partir. Vuelves a sonreír. Ha sido una excelente tarde a pesar de no haberla concluido con esa función de teatro. Estás feliz. De tu morral de cuero sacas el engargolado de pastas azules. Antes de ponerte a leer repites para tus adentros lo que a ella le dijiste entre líneas: 'Pequeña Laura, gracias por haber aparecido en mi camino'.

Imagen: La Biblioteca Central (vista de un rumbo suroeste-noreste) al atardecer. Ciudad Universitaria, sur de la Ciudad de México.

jueves, 20 de marzo de 2008

Cosas de Semana Santa.

Una semana santa más en México. Semana de asueto y yo constipado. Cori me llama y sugiere ir a pasear al Centro. Buena idea, pienso. Me quedo de ver con ella en el Zócalo capitalino.

Llego fastidiado del hacinamiento dentro del transporte público. El sol pesa en el Zócalo. Ella llega con el doble de retraso con el que yo he llegado. ¿Todo bien?, pregunto. ¿No te sabes otra frase?, responde. Uno simplemente calla y ella sugiere que mejor vayamos a comer. Yo empiezo a sentir pereza. Ella pregunta si estoy enojado. Cansado y con gripe, respondo. Paramos frente a la "Casa del Pavo". Antes de entrar pido un jugo de naranja grande y ella, pide agua de piña. En el lugar no cabe una aguja. Después de unos minutos
finalmente entramos. Para ella pavo, para mí, bacalao. Silencios. Parece que mi estado le incomoda. Lo confirma. Le digo que esta es una situación excepcional, que es una gripe que pasará y que nuestras pláticas serán amenas como de costumbre. Ella sigue en el plan de "Ashh, no me importa". Pienso, muy a pesar mío, que tal vez estoy con alguien que piensa que te está haciendo un favor por salir contigo, que no le importa que estés agripado: Girls just wanna have fun. ¿Para qué vine?, pensé.

En el recinto un buen hombre se acompañó con su guitarra y ofreció canciones del tipo "Fonógrafo del recuerdo". Nos sirven los platos. Yo estoy prácticamente lleno con el jugo de naranja y dejo mi plato a medias. Ella continua comiendo su lonche. Silencios más y más incómodos. Se percata de que no acabaré el contenido de mi plato. Me sugiere que lo envuelva y se lo dé al señor de la guitarra lo cual me parece mala idea: ¿No crees que se ofenda por ofrecerle mis sobras?, pregunto. Ella hace gestos y chasquidos de disgusto, cosa que considero un acto de abierta hostilidad. Lo que uno saca por no avenir con la sugerencia alguien que quiere pasar por buena samaritana.

Finalmente, después de que pagamos la cuenta se canceló toda posibilidad de diálogo. Y todo por una gripe. Qué fácil se pueden deteriorar las amistades. Bien dicen que a éstas sólo se las conoce verdaderamente en la enfermedad o cuando se está en la cárcel. "Adios, que te mejores", se despidió aplicando esa fórmula de cortesía que sonó forzada. Y ahí, en la calle de Motolinía, nos alejamos el uno del otro. Me fui con una sensación amarga. E imagino que esos momentos de tensión y de mala vibra dentro de la "Casa del Pavo" bien podrían compararse con los que tuvo que lidiar INRI durante la ultima cena, horas antes de comenzar su viacrucis ante los centuriones romanos y la sordidez del populacho de su tiempo.

Imagen del post:
Cristo en madera.
Museo del Virreinato (Tepozotlán, Estado de México).
Foto: Alejandro Larracilla Baltazar.

viernes, 1 de febrero de 2008

Aeros, de Alfonsina Storni.

Con estas palabras de Alfonsina Storni (1892-1938), poetisa argentina, yo no puedo sino esbozar una sonrisa de complicidad en estos días del "mes del amor":

He aquí que te cacé por el pescuezo
a la orilla del mar, mientras movías
las flechas de tu aljaba para herirme
y vi en el suelo tu floreal corona.

Como a un muñeco destripé tu vientre
y examiné sus ruedas engañosas
y muy envuelta en sus poleas de oro
hallé una trampa que decía: sexo.

Sobre la playa, ya un guiñapo triste,
te mostré al sol, buscón de tus hazañas,
ante un corro asustado de sirenas.

Iba subiendo por la cuesta albina
tu madrina de engaños, Doña Luna,
y te arrojé a la boca de las olas.

jueves, 17 de enero de 2008

"México, de lejitos..."

"No hay mayor pretención en esto que pensar en un libro como el vehículo de comunicación entre tú y yo. Por el esfuerzo de leerlo, está dedicado a ti. Solicito tu venia, lo dejo en tus ojos y espero que encuentre acomodo en el regazo de tu silencio y la complicidad de tu sonrisa".

Así escribió Emilio Ebergenyi Matos (1950-2005) en el prólogo de su libro México de lejitos, en el cual compendia las notas del viaje que realizó por Argentina y Chile en 1994, días después del asesinato de Luis Donaldo Colosio (23/03/94), candidato a la presidencia de México.

He aquí unos fragmentos de dos textos en los que nos comparte sus impresiones sobre las capitales de ambos países sudamericanos hace 14 años:

¡Buenos días, Buenos Aires!

"...Eres altiva, esquiva y sabés lo que tenés, pero no soporto tu histeria hecha ruido.
"Claro que lo celeste de tu cielo te sigue haciendo bella desde esta esquina en la que contemplo tu paso rápido, que apenas te permite condescender a mi guiño. Caminás aislada en tu walk-man, impenetrable por tu gafa oscura, con tu greña al vuelo de los aires que te pintan, pero a veces adivino tu mirada clara, enmarcada en cabo oscuro y que me muerde al esquivarme.

"Te parecés a tu tránsito, en donde todos se acosan y están a punto de chocar y en el instante preciso, todo se detiene. Me fascina tu coqueteo constante, por eso me apuesto en esta esquina de Córdoba y Reconquista.

"Uno de tus policías corta el aire apurando el paso de tu sangre, parece que le da nalgadas a la tarde. Es un cabo con las esposas al cinto. No comprendo su uniforme, es como si hubiera salido de la calle con la pijama todavía a cuestas.

"Le mostré este texto a Don Mario, uno de los socios de La Esquina. Me dijo: 'Está lindo... ¿Sabés?, vos escribís jazz.' Me fui contento, como cuando me daban el domingo."

Llegada a Santiago.

"Después de un mes en Buenos Aires, chin-chin si no te hacés porteño. Me hubiera gustado explorar más el lunfardo y los giros del malevaje nocturno. Pero no. Ahora estoy en otra ciudad que me recibe con acentos diferentes.

"¡Bendito el español, que permite acariciar el oído de tantas maneras! La dulzura de nuestra lengua puebla nuestra conversa.


"... Hace más de veinte años de una pesadilla y los chilenos no perdieron la dulzura del habla. Pero Santiago se ha hecho vieja en el silencio del polvo. Pareciera que todo está cubierto por un olvido fino y callado que ha hecho triste todo: las fachadas de los edificios, las hojas de los árboles, los rostros de la gente.

"Que me perdonen los "Chicago Boys", pero el sonado auge de Chile se queda en pocas manos. En la calle circula una humanidad depauperada. Es un pueblo de trabajadores un tanto desvencijado. La gente circula con una marca de desesperanza en al cara. El gris es el color distintivo de su cielo y lo envuelve todo."Aunque después unos días uno le va tomando el gusto a la ciudad, descubriendo sus rincones y secretos, sus partes coloridas y la sobriedad antigua de su centro elegante e histórico, no exagero al decir que el golpe del 73, fue tan duro que marcó indeleblemente la forma en que se comporta esta sociedad.

"Los argentinos padecieron una dictadura, guerra sucia y desapariciones, es cierto. Pero lo que vivió Chile fue más brutal y sangriento y dejó la herida que no cierra.

"Hoy, parado frente al Palacio de la Moneda, recordándolo humeante, maltrecho y bombardeado y viéndolo ahora restaurado, pude exorcisar un fantasma del que no había podido desembarazarme."


Emilio Ebergengy fue también muy conocido por su participación en teatro, como conductor de varios programas en Radio Educación, por su voz en el algunos capítulos de la serie "México Siglo XX" y de varios documentales sobre naturaleza en Canal 22.

En esta imagen Emilio Ebergenyi aparece ante el micrófono de Radio Educación, en la cabina que actualmente lleva su nombre junto al de José Vasconcelos. (Foto: Alejandro García Vicente).

Finalmente, he aquí una muestra de la participación de Emilio Ebergenyi tomada del programa "De puntitas", dirigido al público infantil de Radio Educación (1060 A.M.):