domingo, 10 de junio de 2007

No para siempre en la tierra.



"¿Acaso en verdad se vive en la tierra?
No para siempre en la tierra,
sólo un poco aquí.
Aunque sea jade se quiebra.
Aunque sea oro se rompe.
Aunque sea plumaje de quetzal se desgarra.
No para siempre en la tierra,
sólo un poco aquí."

Nezahualcóyotl (S. XV).
Rey-poeta de Texcoco,
señorío prehispánico aliado de México Tenochtitlán.


Esas palabras del rey de Texcoco traducidas al castellano resuenan en mi cabeza. Sus palabras podrían pasar por obviedades. Sin embargo, en los tiempos que vivimos, en los que se evita tanto pensar sobre la muerte, ese poema nos advierte de lo frágil y lo breve de la vida. No somos nada, palabra que no.

Estuve haciendo planes para encontrarme, la mañana de este domingo, con una amiga a la que me gustaría enamorar. Poco después, mi madre entró a mi cuarto para comunicarme una noticia: "Me acaban de hablar de Córdoba: acaba de fallecer...". Conclusión obvia: Cupido y Mors difícilmente andan separados.

En este momento carezco del entusiasmo con que realicé los planes para encontrarme con ella. El difunto no era para mí un pariente distante, como otros de ese lugar. No es que de repente se haya convertido en un ser ejemplar por el simple hecho de haber muerto. Pero no puede negarse que era un hombre que se hizo por sí mismo. Uno que engendró cinco hijos que lo hicieron un abuelo exageradamente tierno en proporción directa con el número de nietos habidos. Era él quien nos ofrecía una cómoda habitación y un plato en la mesa cuando estábamos en Córdoba, e insistía que nos quedáramos más tiempo para ir a la costa.

Cómo me repugna el alcohol en momentos como este. Cómo trae desgracias. Bien dicen que el que tiene un arma en su casa, siempre termina haciendo uso de ellas.

Adios, tío Herminio. Gracias por todo. Ya te alcanzaremos.