sábado, 3 de julio de 2010

Apología del danzón

No recuerdo ya cuándo fue la primera vez que vi la película “Danzón”, protagonizada por la excelente actriz María Rojo. En cambio, lo que sí puedo asegurar es que en aquel entonces no hubiese sido capaz de apreciarla como lo haría en el presente.

La historia se inicia en el momento en que Julia Solórzano (María Rojo), una operadora telefónica apasionada por el danzón, emprende la búsqueda de su pareja de baile, Carmelo Benítez, quien, inesperadamente, deja de presentarse en el salón donde ambos suelen reunirse. En su afán por encontrarlo, Julia emprende un viaje hacia el puerto de Veracruz, lugar del que Carmelo es originario. Ahí, la vida la lleva a encarar circunstancias muy peculiares. Es así que las decisiones tomadas por Julia hacen que su viaje se vea ampliamente enriquecido de experiencias.

Al igual que otros trabajos de la cineasta María Novaro (como "Lola" o "Las buenas hierbas"), en los que la trama se desarrolla en torno a personajes femeninos, “Danzón” constituye un testimonio fílmico invaluable, dado que en el cine nacional las mujeres han sido retratadas predominantemente por los hombres, pero pocas veces hemos visto a la mujer retratada por sí misma.

Pero a aquello a lo que atribuyo más peso, entre los elementos que me han permitido apreciar mejor el largometraje referido, es la práctica misma del danzón.

Como muchos otros, en alguna ocasión por ignorancia llegué a exclamar que el danzón era un “baile de abuelitos”. Pero la realidad me dio una gran sorpresa al demostrarme que, hasta la fecha, tanto jóvenes como niños muestran gran interés en su aprendizaje. En mi caso, el gusto me fue naciendo poco a poco. Los primeros estímulos los recibí en la Plaza de la Ciudadela. Tiempo después decidí tomar algunas clases en la Universidad del Claustro de Sor Juana. Fue ahí donde conocí su estructura y sus antecedentes históricos, elementos que considero fundamentales para todo aquel que desee iniciarse en su práctica.

La estructura del danzón resulta muy interesante, pues consta, al igual que un rondó, de un estribillo que se repite a lo largo de la pieza para anunciar a las parejas el momento justo en que la danza debe iniciarse. Cada estribillo -durante el cual hay una pausa obligada en el baile- se alterna con distintas frases melódicas en que las parejas hacen gala de pequeños y elegantes pasos. La última parte del danzón, que es la más cadenciosa y exige mucha pericia, es denominada 'montuno'. Es en este segmento donde más resalta la gracia dancística de la mujer.

Por otro lado, ha de mencionarse que el danzón tiene sus antecedentes en antiguos bailes de figuras europeos, como la contradanza francesa o la danza de campo inglesa. Es en la ciudad cubana de Matanzas -ubicada al noroeste de la isla- que el danzón empieza a tomar forma, aunque al principio carecía del montuno. La razón de esta carencia no deja de ser curiosa.

Resulta que durante el siglo XIX, el danzón era un baile asociado a la sociedad acaudalada de Cuba. Tiempo después, en los montes (ahí donde habitaban los menos afortunados) surgió un irresistible ritmo: el son montuno, o más sencillamente, el son. Era tan cadencioso que no pasó desapercibido a los oídos de la ‘gente bien’ de aquel tiempo, pero pudo más el orgullo de clase y el nuevo ritmo continuó siendo denostado. Posiblemente se decía algo así como: “¿O’e chico, cuándo se ha vi’to que nosotro’, la crema y nata de la sociedá cubana, bailemo’ un ritmo propio de lo’ mene’teroso’ d’e’ta i’la?”

Pasaron varios años antes de que el danzón adquiriera su forma actual. No fue sino hasta principios del siglo XX que a la parte final se le agregó una buena cantidad de compases de son montuno (“para que goce todo el mundo”, como dice por ahí una vieja canción cubana).

El danzón llegó a México gracias a los inmigrantes cubanos que huían de los estragos de la guerra de independencia que, desde 1895 hasta 1898, se libraba en Cuba contra lo que quedaba del decrépito poder colonial español en América. Los vecinos recién llegados entraron a estas tierras a través de los estados de Yucatán y Veracruz, en plena época de Porfirio Díaz, aquel general oaxaqueño que gobernó este país por más de 30 años, y en contra de quien se inició la hoy en día tan nombrada Revolución Mexicana –en el contexto actual no me extrañaría que estos neoliberales en el poder la conviertan en septiembre en “un show cómico, mágico, musical” que una cierta caterva gregaria de mexicanos tomará como una oportunidad más para embriagarse en nombre del Centenario de la Revolución y de paso por el Bicentenario del inicio de la guerra de Independencia-. En fin.

Pero regresando al tema de este post, que desde luego no es la abominación de estos últimos sexenios, sino la exaltación del baile en cuestión -y de paso la película de María Novaro-, siento necesario hacerles llegar un convite para que por ustedes mismos descubran el encanto que le es propio y que en su momento no dejen pasar la oportunidad de bailar un sabroso y buen danzón, justamente en estos tiempos en que las palabras de Georges Moustaki adquieren un significado muy especial:

Danse tant que tu peux danser, danse autour de la terre,
Pour ne plus porter sur ton dos la mort et la misère
Et tu verras jaillir des sources souterraines,
Et les torrents de joie qui coulent dans tes veines.

[...]

Danse tant que tu peux danser.
Viens, le bal est ouvert !


¿Me concede esta pieza, señorita?